Sun Wei
Dan es primogénito. Ser primogénito conlleva, por una temporada, vivir como hijo único, ser el centro del universo, disfrutar del cariño de todos y disponer de tiempo suficiente para pensar tranquilamente qué tipo de persona se quiere llegar a ser. Pero ser primogénito también significa perder de un momento a otro este mundo perfecto: aún siendo niño otro hijo lo desplaza y, de un modo cruel, se considera al primogénito lo demasiado mayor como para seguir prodigándole tantos cuidados.
A cada primogénito le llega esta miseria tarde o temprano. A Dan le ocurrió cuando tenía cinco años. Sus padres le dieron un hermano llamado Qing.
Transcurrían los años sesenta, las condiciones de vida eran muy precarias y sus padres debían trabajar mucho. Dan tuvo que cuidar de Qing. Su madre, en- viada a una de las fincas campesinas a realizar duras labores, volvía a casa cada una o dos semanas. Su padre trabajaba en un Ganxiao [2] cercano, por lo que salía de casa temprano y regresaba muy tarde. Dan no tuvo alternativa y se convirtió en la niñera de Qing. Por su parte, Qing dependía mucho de su herma- no mayor, seguía a Dan durante todo el día exigiendo tanta atención que el pobre hermano no tenía tiempo ni para leer. Dan le decía al pequeño que jugara por su propia cuenta. Al principio, éste por timidez no se atrevió a salir solo, pero pronto condescendió a los deseos de su hermano mayor y se animó a salir con los niños de las casas vecinas. Con el tiempo, se entre- tenía tanto que solía regresar a casa hasta muy tarde. Un día, por la tarde, cuando su padre aún no re- gresaba del trabajo, la madre volvió a casa sin previo aviso. Al llegar, descubrió que a esa hora su hijo menor todavía jugaba fuera sin la compañía de su hermano. La madre descargó su ira contra Dan. Qing fue encontrado sucio, con barro en la cara y hasta en el pelo. Mientras la madre preparaba la cena, no dejaba de reñir a Dan. Le ordenó que bañara a Qing, sólo le permitiría cenar hasta que el pequeño estuviera limpio. Dan, con el rencor fresco por los regaños de su madre, desnudó a su hermano, lo puso en la bañera, le lavó el pelo y el cuerpo. Aquella vez, por su maltrato le rompió el tambor de un oído. En esa época los médicos no se dedicaban a atender a los enfermos y Qing se quedó sordo del oído izquierdo.
En vísperas de la graduación de bachillerato, Dan se apuntó a Shangshan Xiaxiang, movimiento estu- diantil que trasladó a los jóvenes a las zonas rurales lejanas. Según las políticas de entonces, Dan hubiera podido quedarse en la ciudad, al lado de sus padres, y haber obtenido un puesto estable en la fábrica; pero decidió desterrarse a sí mismo lo más lejos posible de su familia, del mundo donde ya no cabía. De todas maneras, sus padres tendrían a Qing como hijo.
Dan partió de Shanghái sin mirar atrás, hacia la comunidad más pobre y fría de Heilongjiang. Trabajó con tanto esfuerzo y decisión que los nativos acabaron por tratar a este pálido joven estudiante con respeto, incluso puso en riesgo su propia vida: participó en un combate a mano armada para proteger de otros pueblos el almacén de alimentos de su comunidad. Se convirtió en un héroe local, aunque durante la pelea golpearon en su espalda con una pala. Esto le dejó una cicatriz horrible sólo a unos centímetros de la columna vertebral. El Secretario General local sostuvo que su supervivencia se debía a un milagro.
No pudo disfrutar por mucho tiempo su repu- tación de héroe. Todos los Zhi Qing [3] se emociona- ron con la noticia de que después de muchos años de suspensión se volvería a realizar el Gaokao [4], y se alistaron para presentarlo. Dan logró ser admitido, ocupó el tercer puesto en la lista de admisión de la Universidad de Jiaotong, así volvió a Shanghái. A estas alturas, Dan sabía que era capaz de hacerlo todo bien excepto fungir como niñera, esos seres invisibles, desprovistos de identidad.
Sólo a su regreso, retomó el contacto con su familia y se enteró de que Qing había conseguido el trabajo como contable en la fábrica de su localidad. De esta forma, permanecía en compañía de sus padres; nunca había conocido la dureza de la vida pues su cargo de burocrático lo liberaba del agobio de trabajar en los talleres.
Dan volvió a su ciudad natal con honor. Sus padres no mostraron una pizca de alegría.
—Preferimos a un hijo que nos acompaña —de- cían. Al oír eso, Dan comprendió que a sus padres sólo les importaba Qing.
Tras la graduación, Dan trabajó primero en una gran compañía estatal, luego en una empresa extran- jera. Con el título de director financiero, se convirtió en uno de los primeros emprendedores exitosos y bien cotizados. No obstante, la herida recibida en la espalda se tornó cada vez más intolerable. El chequeo médico indicó que dos fragmentos de hueso permanecían dentro. Extraerlos pondría en riesgo su vida, así que debía coexistir con ellos y el dolor que le causaban.
Dan empezó a enajenarse con las bebidas al- cohólicas, con ellas paliaba su dolencia y, al parecer, dispersaba el rencor que lo acosaba todo el tiempo. Con el tiempo, no podía vivir sin las luces de las ba- rras y el whisky puro. Los bares se convirtieron en su segundo hogar y a veces cuando regresaba borracho a su apartamento, a mitad de camino se tiraba en el suelo y se ponía a roncar como los mendigos. De día, regresaba a su vida normal bien vestido, sentado en el despacho de un lujoso edificio, fingiéndose enér- gico. Al poco tiempo Dan invertía todo su salario en la bebida, y sobregiraba su tarjeta de vez en cuando.
En una ocasión, cayó alcoholizado en la calle, echando espuma por la boca. Por fortuna, algunos buenos transeúntes lo llevaron a tiempo al hospital. Los padres acudieron al aviso del médico. De pie, al lado de su cama, lo miraban. Por un instante, a Dan le pareció que volvía en el tiempo, cuando aún no cumplía cinco años, y se sintió confortado.
El caso se repitió varias veces. En la cuarta o quinta vez, ya no recuerda, al despertar en una cama desconocida de hospital vio la cara de Qing en vez de la de sus padres.
—Hermano —así lo llamó, igual que cuando eran niños—, debes alejarte del alcohol, de lo contrario, perderás el sentido de vivir.
Qing lo miraba con afecto. ¡¿Cómo podía verlo así?! Desde siempre Qing había acaparado el amor de su familia. ¿No era cierto? Ese chiquito, que no supo vestirse hasta los tres años ni se atrevía a salir solo; ahora, casi de treinta, sobrevivía al amparo de los padres siendo un humilde contable fabril. Ese mismo ser dependiente, ¿quería darle un sermón?
Dan aventó la sábana, saltó de la cama y le dio un puñetazo a Qing. Por primera vez los dos hermanos forcejearon y se golpearon hasta quedar exhaustos, sentados en el suelo.
—¡Vete! ¡Aléjate de mí! —rugió ferozmente Dan con una ceja sangrante.
Qing se levantó y cuando tambaleaba hacia la puerta, se le cayó la cartera de la chaqueta. Al recogerla con torpeza, Dan advirtió que Qing guardaba una foto suya en uno de los compartimentos interiores. Aquella fue la última vez que vio a su hermano.
Tres años después, Dan recibió una llamada de su casa: Qing había muerto en el incendio de la residencia de la fábrica, tenía 32 años y permanecía soltero.En el teléfono, la madre le contaba lo sucedido a intervalos.
La tarde del domingo, alguien había dejado una olla de agua hirviendo en la cocina. Al secarse ésta, se produjo el incendio. Los inquilinos, que tomaban la siesta, cuando descubrieron el fuego, no tuvieron tiempo para apagarlo, sólo pudieron alarmar a los demás y huir. Qing estaba tan dormido que no oyó los gritos en el pasillo, de lo contrario habría vuelto a la casa paterna a cenar aquella noche.
Sosteniendo el teléfono, Dan recordó que Qing solía dormir del lado derecho cubriendo con la almoha- da el oído sano. ¡Desde chiquito nunca había dormido de otra manera! Por eso aquella tarde, a pesar del bullicio, no pudo oír los gritos de alarma. Al pensar en ello, Dan sintió como si le volvieran a golpear la espalda con otra pala, sintió como si hubiera matado a su hermano con sus manos.
Al recibir la llamada con la noticia, Dan estaba acostado en su apartamento: las cortinas estaban cerradas; las latas de cerveza y las botellas de bebidas alcohólicas se desperdigaban por toda la habitación y emitían olores intolerables; su ropa sucia, maloliente, yacía en el suelo desde hacía meses; la camisa que vestía, repleta de manchas de licor, no había sido lavada durante más de una semana. Los médicos habían confirmado su diagnóstico de alcoholismo, moriría si seguía abusando de la bebida.
Al colgar el auricular, Dan fue consciente de que se había esforzado por ser mejor que los demás sólo para obtener el reconocimiento de sus padres, para que ellos se dieran cuenta de que él merecía su amor
más que Qing. Como su pudor le había impedido pasar por encima de su hermano, se había puesto en peligro una y otra vez, hasta intentar destruirse a sí mismo por medio del alcohol.
Dan inició un tratamiento para combatir su adic- ción al alcohol, no lo tocó durante veinte años. Volvió a la casa paterna y gracias a las relaciones sociales de su padre, encontró un puesto estable. Fue contador el resto de su carrera profesional. Se casó, tuvo un hijo, permaneció cerca de sus padres, jamás viajó a lugares lejanos. Transcurrida la primera década del siglo xxi, cerca de su edad de jubilación, organizó una fiesta para el cumpleaños ochenta de su padre. Contrató un banquete en el restaurante exclusivo del piso más alto del Hotel Xinjinjiang.
Tres generaciones se reunieron, formando una familia perfecta. El vino estaba listo, los platos pues- tos en la mesa y el pastel decorado. El anciano padre se sentía muy alegre. Desde el principio hasta el fi- nal, nadie mencionó a Qing, el segundo hijo de los ancianos, el segundo hermano, el tío de los nietos, fue como si nunca hubiera nacido. Pero Dan sabía que él estaba sentado a la mesa del banquete. No había muerto. Fue Dan el que murió. Este hijo inútil que ahora acompañaba a los padres, si no era Qing, ¿quién más podría ser?
***
Sun Wei (Shanghái, 1973) es cuentista, novelista y ensayista. Ha publicado más de una docena de libros y una veintena de novelas y nouvelles.
[1] Traducción del chino al inglés de Shen Yi. Traducción del inglés al español de Jaime Panqueva..
[2] Organización establecida durante la Gran Revolución Cultural según las indicaciones de Mao Zedong; en sentido lite- ral significa “Escuela de los Líderes de Cuadros”, conformada por plantaciones agrícolas donde trabajaban los dirigentes e intelectuales.
[3] En sentido literal: “Jóvenes Intelectuales”, fueron los estudiantes jóvenes urbanos asignados a trabajar en las zonas rurales desde los años 50 hasta los 70.
[4] En sentido literal: “Examen superior”, examen nacional de ingreso a la universidad.